Por Veronica Massonnier

El sur está de moda

Desde siempre, los países centrales en moda han estado lejos de Uruguay, lejos de nuestra región. Y, sin embargo, en los últimos años hay una realidad que está cambiando: “el mundo” nos mira con interés renovado.

¿Qué buscan en el Sur? ¿Por qué comienza a nacer un polo de moda en esta zona? La respuesta está en la creatividad. El principal activo que nos está ubicando hoy en el mapa es el concepto de originalidad y la apertura a lo nuevo. Se valora una mirada diferente, que no esté contaminada por años y años de contacto con “la industria”.

Todo comenzó con el surgimiento de San Pablo como polo de diseño, y allí se generó un conjunto de pioneros que se animaron a la ruptura, a una moda menos complaciente y muy desafiante. Hoy está pasando algo similar en el escenario local; la explosión de las escuelas de diseño va dando lugar a un grupo de gente joven y profesional, con muchas ganas de expresarse y producir.

Por eso, nuestra región se está convirtiendo -ante los ojos del mundo- en un semillero de diseñadores llenos de ideas. Y las grandes marcas internacionales están ávidas de esas ideas, de gente nueva que aporte una mirada fresca: las pasantías, las estadías por el mundo y el trabajo online han permitido captar parte de esta creatividad para transformarla en materia prima internacional.

A su vez, la sociedad mira la moda cada vez con mayor interés y atracción: eso ya no es novedad. Como consumidores, estamos a la vez deslumbrados y ansiosos por lo nuevo. En la medida que estamos informados en tiempo real, no tenemos la paciencia de esperar que las temporadas lleguen a nuestras tiendas, y ni siquiera podemos esperar el llamado “ciclo de la moda”: hoy accedemos a los desfiles de invierno 2018 y ya queremos bajar esas tendencias. Lo nuevo es ya viejo en poco tiempo; ciertos modelos y detalles demasiado evidentes son tan conocidos por nosotros a través de internet, que cuando llegan a nuestras tiendas ya nos parecen del “pasado”.

La mirada es cada vez más exigente, más experta, más acelerada. Y para las marcas es un desafío, porque cuando el público se enamora de una tendencia, ya desea verla colgada en los percheros.

Ahora bien, frente a todo este despliegue de atención e interés, ¿por qué las calles continúan siendo mayoritariamente homogéneas y no tan innovadoras?

Es muy claro que en la vida cotidiana seguimos optando por una paleta de color más bien baja, y hacemos elecciones poco arriesgadas en cuanto a los modelos. Seguimos viendo más jeans skinny que pantalones de lino en modelos fluidos, y sin duda las monoprendas han sido objeto de deseo pero no se han visto tanto en las calles.

La respuesta está en la diferencia entre lo masivo frente a lo innovador. El público mayoritario mira más hacia las marcas internacionales masivas, que en muchos casos han descendido el nivel creativo en la búsqueda de un precio bajo, muchas veces sacrificando la originalidad para optar por un diseño más orientado a la copia. Y Uruguay, como país pequeño, siempre miró hacia fuera. Hoy todavía tiene dificultades para apropiarse del capital de originalidad y calidad de producto que puede encontrar, de manera creciente, en las marcas locales.

Observando esta dualidad, con un público que sueña pero que en la realidad se viste de manera más bien conservadora, me propuse analizar si era una situación exclusiva de la sociedad uruguaya, y comprobé que no es así. Con matices e identidades diferentes, si caminamos las calles de Buenos Aires, Santiago o incluso San Pablo, la vestimenta de la vida cotidiana es claramente cómoda, de bajo riesgo y evita los extremos. Es decir, el pantalón skinny, la parka y la mochila continúan en la base de la vestimenta cotidiana, adaptándose a las nuevas tendencias a través del cambio en los detalles: no estamos a punto de envolvernos en la tendencia oversize de Vetements, al menos no para la vida diaria.

En cambio, nos encanta jugar y adoptar esa moda lúdica para ocasiones especiales. En esos casos emergemos con una audacia inesperada, sacando del closet aquellas prendas (pocas tal vez) que fueron compradas en arrebatos de amor. Y tal vez, esa es la clave: distinguir la fantasía de la realidad cotidiana, y saber adaptarnos a cada una de las situaciones. El gran Jeremy Scott, que juega con la moda con un espíritu de libertad y transgresión, lo dijo con claridad: “Yo era un niño que vivía en una granja leyendo Vogue. Y creía que eso era la realidad”. Un día, aprendió que hay una moda fantasía y hay una vida real. Entonces se permitió jugar con la fantasía, conectarse con lo lúdico que existe dentro de cada consumidor, pero siempre sabiendo que la vida real es más simple, más cuidadosa del dinero y del gasto, más conservadora y apegada a lo conocido.

Para las marcas, el gran desafío está en el mix: si la colección es demasiado avanzada, es muy posible que capte a los “insiders” pero no logre el volumen necesario para sustentarse, pero si es demasiado tímida pasa inadvertida: es que hay tanto para elegir, que el consumidor, entre mil opciones, hará su propio mix. 

Mayo, 2017.